Un conocido pediatra y psicoanalista, D. W. Winnicot, afirmaba: «
La adolescencia es la única enfermedad que se cura sola. Sólo dura un tiempo y el tiempo es su remedio natural».
Es importante contemplar las dificultades de esta etapa como «síntomas»
que expresan el mundo interior un tanto desorganizado, caótico y
variable en el que vive el adolescente. La actitud de los padres debe
ser tolerante, pero con límites, es decir, hay que señalar lo chocante
de las reacciones del adolescente, sin pretender cambiarlas de la noche a
la mañana.
La desorganización
El adolescente vive el tiempo de un modo peculiar. Ha aprendido, a lo largo de la infancia y gracias
a su nueva capacidad intelectual para el razonamiento, a medirlo,
operar con él, desmenuzarlo, entender qué es una hora, un segundo, etc.
Pero no puede trasladar estos datos objetivos al campo de lo vivencial.
En la adolescencia adquiere una confirmación absoluta la diferencia
entre tiempo vivido, psicológico, interior y el tiempo objetivo,
espacializado y geométrico.
Las salidas suelen ser nocturnas;
empiezan a medianoche —quizá para cambiar el esquema de vida adulto y
atrapar el embrujo de la noche— y concluyen de madrugada, de
manera que el ritmo habitual de la familia —madrugar y aprovechar la
mañana corno momento productivo y activo— se ve trastocado por la falta
de descanso nocturno.
El desorden
La desorientación sobre el momento que le toca vivir está directamente relacionada con otro aspecto: parece que ha perdido la capacidad de organizarse,
de poner en orden sus cosas, de sentirse a gusto con la limpieza y la
pulcritud. El desorden en la habitación o el revoltijo de ropa en el
armario son causa de frecuentes discusiones. Su aseo personal está
también alterado; tanto puede ser que pase días sin ducharse como que
esté siempre pendiente de la higiene. En cuanto a la alimentación,
aparecen desórdenes pasajeros en cuanto a la cantidad —come menos o pica
continuamente a deshoras— o a los productos que consume —comer sólo un
tipo de alimentos, o seguir una dieta desequilibrada—.
Exceso de racionalización e intelectualización
Conviviendo perfectamente con los
aspectos comentados hasta ahora, el adolescente empieza a interesarse
intelectualmente por temas ya adultos, problemas filosóficos, religiosos
e ideológicos, en lo que constituye un intento de organizar y ordenar el pensamiento,
cuando no es capaz de hacer lo mismo con su vida afectiva. Empieza a
poder mantener conversaciones acerca de temas que implican aspectos
sociales o que afectan a los valores, normas e ideologías de la
humanidad. Si el adulto —padres, profesores…— adopta una actitud de
escucha e interés, conseguirá que estos diálogos se repitan. Si no es
así, no hará más que fomentar su silencio.
Los cambios bruscos de carácter y de estado de ánimo
Los padres se sienten desconcertados
ante las conductas inconstantes de su hijo adolescente. Tan pronto está
contento, alegre, exultante o afirma que la vida es maravillosa, como se
le ve apagado, sin ganas de hacer nada, algo irritado… y todo ello sin
causa aparente. La excusa para estos cambios puede haber sido cualquier
pequeño suceso que le haya contrariado o una noticia que le haya
agradado. Aún más llamativa es la relación afectiva que entabla con los padres.
En ocasiones pregunta y actúa
como un adulto, rechazando todo tipo de contacto afectivo; en otros
momentos, pide mimos o cariño, como si aún fuera pequeño, y se queja si
no los recibe. De hecho, hay que aceptar que son tantas las dudas acerca
del proceso que está viviendo, que no puede evitar todos estos cambios.
Por ello todo le altera en lo más
profundo de su ser: penas de amor, miedos a fracasar en el intento de
ser adulto, éxitos y desengaños. Para los padres resulta tranquilizador
recordar simplemente que se trata de manifestaciones propias de esta
fase de la vida y que en los momentos difíciles, el cariño suele ser el mejor antídoto.